domingo, 20 de abril de 2014

Las hadas susurrantes

Las hadas susurrantes

                             Hola, soy Fauna y os traigo una historia que me ha conmovido




"‒ Mamá, cuéntame la historia de las hadas susurrantes.

¿Otra vez? Pero… ¿no te cansas? ‒ respondió su madre simulando fastidio.

Vamos mamá…  ¡es mi favorita!

Bueno… está bien… claudicó su madre. Se sentó en el borde de la cama donde la niña se preparaba para dormir y las palabras comenzaron a fluir con la automaticidad propia de una retahíla archiconocida En un lugar nada lejano pero sí muy ajeno, vivían las por todos conocidas pero por nadie vistas “hadas susurrantes”. Estos seres bellos a la par que mágicos habían nacido con una misión que cumplían sin descanso, ¿recuerdas cuál?

¡Claro! la de subirnos el ánimo.

Su madre, entre carcajadas respondió:

Sí, podríamos llamarlo así – y continuó con la narración Su cometido era nada más y nada menos que susurrar palabras bonitas… mensajes de fortaleza… Su misión era regalar el lado positivo de las cosas y así alentar a superar cualquier obstáculo. Pero, ¿sabes?, estas hadas no surgieron por casualidad. ¡No, no, no! Hace mucho… mucho… tiempo en un reino muy lejano las guerras y el hambre bañaron de desesperanza a toda la población. El Rey, muy preocupado por el futuro de su pueblo, decidió hacerle una consulta a un mago que vivía en una cabaña en el bosque. Este mago era muy temido y…

Pero no era malo mamá interrumpió la niña llena de indignación.

No, ¡por supuesto que no! respondió su madre y continuó Pero su poder resultaba tan misterioso para todos que nadie se atrevía a relacionarse con él. ¿Y si le enfurecían y se vengaba empleando algún maleficio? No, no podían correr ese riesgo, así que preferían no tener ningún tipo de trato con él.

Y estaba triste porque se sentía solo dijo la niña con expresión desolada.

Hombre, pues un poquito sí confirmó su madre Pero un día, el Rey llamó a su puerta y desconsolado le detalló todas las penurias que su reino estaba padeciendo. El Rey sabía que no podía cambiar la realidad que estaban viviendo, los últimos acontecimientos lo habían devastado todo, pero necesitaba que su pueblo encontrara las fuerzas suficientes para seguir adelante. El mago, después de escuchar el relato del Rey, se quedó pensativo durante varios minutos, !minutos que para el Rey resultaron horas!, y entonces respondió: «Debemos conjurar a las hadas susurrantes, mi Señor»

Pero el Rey no sabía quienes eran esas hadas ¿verdad mamá?

No, el Rey no entendía nada, no sabía de qué le estaba hablando el mago. El hechicero, ante su cara de desconcierto no dudó un instante en explicarle a qué se estaba refieriendo: Se trataba de seres mágicos con cualidades extraordinarias y, aunque hasta ahora no habían resultado necesarias en el reino, había llegado el momento de requerir su presencia. Ellas ayudarían al pueblo a ir abandonando poco a poco el desánimo en el que estaba sumido.

­ ¡Y entonces el mago las llamó! exclamó la niña entusiasmada.

¡Pero si te lo sabes mejor que yo! Mañana me lo cuentas tú a mí protestó su madre.

No mamá, por favor, lo que me gusta es escucharlo… rogó la niña mirando a su madre con ojitos de cordero degollado.

Vale, vale, continuemos accedió su madre disimulando su satisfacción Las hadas llegaron al reino. Los ciudadanos no podían verlas a pesar de su constante revoloteo y de que se posaban en sus hombros para susurrarles al oído sus mensajes. No, nada les hacía sospechar su compañía pero algo estaba cambiando. De pronto, la brisa parecía regalar palabras llenas de optimismo que hacían más llevadero el hambre, menos dolorosa la enfermedad, más liviano el trabajo… Y así, poco a poco, el pueblo consiguió recuperar el resplandor que tenía antaño porque… creer que se puede nos ayuda a luchar con la fortaleza necesaria, a crecer y conseguir aquello que anhelamos; o al menos, a no desistir ante los fracasos.

Mamá ¿crees que existen las hadas susurrantes?

Claro hija, cuando te sientas triste sólo tienes que escuchar, ellas te harán llegar su mensaje respondió su madre besando su frente.

 

Me llamo Clara, tengo 35 años y cuando tenía 4 esta escena se repetía prácticamente cada noche en mi cuarto antes de dormir. Nunca supe de donde surgió esta historia, nunca pude acariciarla en papel, pero se hizo un hueco en mi mundo de fantasía desde la primera vez que mi madre me la contó.

Mi madre. Su vida no ha sido fácil. Mi padre nos abandonó antes de que yo naciera y… madre soltera en aquellos tiempos y viviendo en un pueblo… ¡Que os voy a contar que no podáis intuir! Tal vez ella conjuró a las hadas susurrantes, tal vez ella se prestase cada noche a contarme su relato para grabar su propio mensaje: «aunque el mundo truene, cierra los ojos, presta mucha atención y siempre aparecerá la música».

Ahora mi mundo truena: me han diagnosticado otosclerosis en ambos oídos y poco a poco estoy perdiendo audición.  Ya no percibo el sonido de la lluvia en los días de invierno ni el ruido de los coches en horas punta, me pierdo en las conversaciones con diálogos cruzados, apenas uso el teléfono ni me atrevo a hablar por miedo a estar gritando y, después de subir el volumen del televisor hasta límites imposibles para mis vecinos, he claudicado y optado por los subtítulos. Mi mundo truena pero sólo puedo saberlo porque percibo el relámpago que le precede. Mi vida se ha llenado de silencios.

Aunque existan cuentos que nos hayan marcado desde la infancia, el tropel de acontecimientos con que nos apabulla la vida nos hace guardarlos como un tesoro en un cofre que sólo abrimos de vez en cuando para comprobar que sigue ahí. Cuando el médico me comunicó mi enfermedad y cuál era su evolución no pude evitar levantar la tapa, ya no volvería a oír la historia de estas singulares hadas de los labios de mi madre. Y aunque en ese momento miles de asuntos competían por ganarse mi preocupación, yo no podía dejar de pensar en el relato, una y otra vez… una y otra vez… ¿Por qué no podía quitármelo de la cabeza? ¡Había tantas otras cosas importantes en las que pensar!

Ese mismo día, cuando abandoné la consulta del especialista comencé a caminar y, sin apenas ser consciente del trayecto recorrido, cuando alcé la mirada me descubrí  frente a la casa de mi madre. Llamé al timbre y esperé. La puerta se abrió y no hicieron falta palabras, ella supo que no había buenas noticias. Me abrazó y me hizo pasar. Me preparó un chocolate caliente y se sentó a mi lado. Yo aún no había abierto la boca, no acertaba a articular sonido alguno y ella, llena de paciencia, simplemente esperó. Entonces, una lágrima se desbordó por mi mejilla y una frase brotó de mis labios:
Mamá, ya no podré oír a las hadas susurrantes

Ella me miró fijamente, primero con desconcierto y luego con comprensión. Me acarició la mejilla con ternura y posó la palma de su otra mano sobre el lado izquierdo de mi pecho, y entonces mis maltrechos oídos percibieron como si de un murmullo se tratara su respuesta:

Clara, cariño, esta es la morada de las hadas susurrantes.

Y hoy, a pesar de la tormenta, cierro los ojos, presto mucha atención y siempre aparece la música. "
 
(supongo que es un pelín largo :D)

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