Las hadas susurrantes
Hola, soy Fauna y os traigo una historia que me ha conmovido
"‒ Mamá,
cuéntame la historia de las hadas susurrantes.
‒ ¿Otra
vez? Pero… ¿no te cansas? ‒
respondió su madre simulando fastidio.
‒ Vamos mamá… ¡es
mi favorita!
‒ Bueno… está bien… ‒ claudicó su
madre. Se sentó en el borde de la cama donde la niña se preparaba para dormir y
las palabras comenzaron a fluir con la automaticidad propia de una retahíla
archiconocida ‒ En un lugar nada lejano pero sí muy ajeno, vivían las
por todos conocidas pero por nadie vistas “hadas susurrantes”. Estos seres
bellos a la par que mágicos habían nacido con una misión que cumplían sin
descanso, ¿recuerdas cuál?
‒ ¡Claro!
la de subirnos el ánimo.
Su madre,
entre carcajadas respondió:
‒ Sí, podríamos llamarlo así – y continuó con la narración – Su cometido era nada más y nada menos que
susurrar palabras bonitas… mensajes de fortaleza… Su misión era regalar el lado
positivo de las cosas y así alentar a superar cualquier obstáculo. Pero,
¿sabes?, estas hadas no surgieron por casualidad. ¡No, no, no! Hace mucho…
mucho… tiempo en un reino muy lejano las guerras y el hambre bañaron de
desesperanza a toda la población. El Rey, muy preocupado por el futuro de su
pueblo, decidió hacerle una consulta a un mago que vivía en una cabaña en el
bosque. Este mago era muy temido y…
‒ Pero no era
malo mamá ‒ interrumpió la niña llena de indignación.
‒ No, ¡por supuesto que no! ‒ respondió su madre y continuó ‒ Pero su poder resultaba tan misterioso para todos que nadie se
atrevía a
relacionarse con él. ¿Y si le enfurecían y se vengaba empleando algún
maleficio? No, no podían correr ese riesgo, así que preferían no tener ningún
tipo de trato con él.
‒ Y estaba triste
porque se sentía solo ‒ dijo la niña con expresión desolada.
‒ Hombre, pues un
poquito sí ‒ confirmó su madre ‒ Pero un día, el Rey llamó a su
puerta y desconsolado le detalló todas las penurias que su reino estaba
padeciendo. El Rey sabía que no podía cambiar la realidad que estaban viviendo,
los últimos acontecimientos lo habían devastado todo, pero necesitaba que su
pueblo encontrara las fuerzas suficientes para seguir adelante. El mago,
después de escuchar el relato del Rey, se quedó pensativo durante varios
minutos, !minutos que para el Rey resultaron horas!, y entonces respondió:
«Debemos conjurar a las hadas susurrantes, mi Señor»
‒ Pero el Rey no sabía quienes eran esas hadas ¿verdad mamá?
‒ No, el Rey no entendía nada, no sabía de qué
le estaba hablando el mago. El hechicero, ante su cara de desconcierto no dudó
un instante en explicarle a qué se estaba refieriendo: Se trataba de seres
mágicos con cualidades extraordinarias y, aunque hasta ahora no habían resultado
necesarias en el reino, había llegado el momento de requerir su presencia.
Ellas ayudarían al pueblo a ir abandonando poco a poco el desánimo en el
que estaba sumido.
‒ ¡Y entonces el mago las llamó! ‒ exclamó la niña entusiasmada.
‒ ¡Pero si te lo sabes mejor que yo! Mañana
me lo cuentas tú a mí ‒ protestó
su madre.
‒ No mamá, por favor, lo que me gusta es
escucharlo… ‒ rogó la
niña mirando a su madre con ojitos de cordero degollado.
‒ Vale, vale,
continuemos ‒ accedió su madre disimulando su satisfacción ‒ Las hadas llegaron al reino. Los ciudadanos no podían verlas a pesar de su
constante revoloteo y de que se posaban en sus hombros para susurrarles al oído
sus mensajes. No, nada les hacía sospechar su compañía pero algo estaba
cambiando. De pronto, la brisa parecía regalar palabras llenas de optimismo que
hacían más llevadero el hambre, menos dolorosa la enfermedad, más liviano el
trabajo… Y así, poco a poco, el pueblo consiguió recuperar el resplandor que
tenía antaño porque… creer que se puede nos ayuda a luchar con la fortaleza
necesaria, a crecer y conseguir aquello que anhelamos; o al menos, a no
desistir ante los fracasos.
‒ Mamá
¿crees que existen las hadas susurrantes?
‒ Claro hija,
cuando te sientas triste sólo
tienes que escuchar, ellas te harán llegar su mensaje ‒ respondió su madre besando su frente.
Me llamo
Clara, tengo 35 años y cuando tenía 4 esta escena se repetía prácticamente cada
noche en mi cuarto antes de dormir. Nunca supe de donde surgió esta historia,
nunca pude acariciarla en papel, pero se hizo un hueco en mi mundo de fantasía
desde la primera vez que mi madre me la contó.
Mi madre.
Su vida no ha sido fácil. Mi padre nos abandonó antes de que yo naciera y…
madre soltera en aquellos tiempos y viviendo en un pueblo… ¡Que os voy a contar
que no podáis intuir! Tal vez ella conjuró a las hadas susurrantes, tal
vez ella se prestase cada noche a contarme su relato para grabar su propio
mensaje: «aunque el mundo truene, cierra los
ojos, presta mucha atención y siempre aparecerá la música».
Ahora mi
mundo truena: me han diagnosticado otosclerosis en ambos oídos y poco a poco
estoy perdiendo audición. Ya no percibo el sonido de la lluvia en los
días de invierno ni el ruido de los coches en horas punta, me pierdo en las
conversaciones con diálogos cruzados, apenas uso el teléfono ni me atrevo a
hablar por miedo a estar gritando y, después de subir el volumen del televisor
hasta límites imposibles para mis vecinos, he claudicado y optado por los
subtítulos. Mi mundo truena pero sólo puedo saberlo porque percibo el relámpago
que le precede. Mi vida se ha llenado de silencios.
Aunque
existan cuentos que nos hayan marcado desde la infancia, el tropel de
acontecimientos con que nos apabulla la vida nos hace guardarlos como un tesoro
en un cofre que sólo abrimos de vez en cuando para comprobar que sigue ahí.
Cuando el médico me comunicó mi enfermedad y cuál era su evolución no pude
evitar levantar la tapa, ya no volvería a oír la historia de estas singulares
hadas de los labios de mi madre. Y aunque en ese momento miles de asuntos
competían por ganarse mi preocupación, yo no podía dejar de pensar en el
relato, una y otra vez… una y otra vez… ¿Por qué no podía quitármelo de la
cabeza? ¡Había tantas otras cosas importantes en las que pensar!
Ese mismo
día, cuando abandoné la consulta del especialista comencé a caminar y, sin
apenas ser consciente del trayecto recorrido, cuando alcé la mirada me descubrí
frente a la casa de mi madre. Llamé al timbre y esperé. La puerta se
abrió y no hicieron falta palabras, ella supo que no había buenas noticias. Me
abrazó y me hizo pasar. Me preparó un chocolate caliente y se sentó a mi lado.
Yo aún no había abierto la boca, no acertaba a articular sonido alguno y ella,
llena de paciencia, simplemente esperó. Entonces, una lágrima se desbordó por
mi mejilla y una frase brotó de mis labios:
‒ Mamá,
ya no podré oír a las hadas susurrantes
Ella me
miró fijamente, primero con desconcierto y luego con comprensión. Me acarició
la mejilla con ternura y posó la palma de su otra mano sobre el lado izquierdo
de mi pecho, y entonces mis maltrechos oídos percibieron como si de un murmullo
se tratara su respuesta:
‒ Clara, cariño, esta es la morada de las hadas susurrantes.
Y hoy, a
pesar de la tormenta, cierro los ojos, presto mucha atención y siempre aparece
la música. "
(supongo que es un pelín largo :D)